La Espada Lobera: "La Guerra de la Oreja de Jenkins"

LA GUERRA DE LA OREJA DE JENKINS

“Ve y dile a tu rey que lo mismo le haré si a lo mismo se atreve”, le espetó el capitán español Julio León Fandiño al pirata inglés Robert Jenkins, tras apresar su nave, atarle a un mástil y cortarle una oreja en 1731. Y es que aquel suceso, más humillante que físicamente doloroso para el inglés, provocó una guerra que la historiografía inglesa denominó la “Guerra de la oreja de Jenkins”.

Conviene que nos situemos mentalmente en el principio del siglo XVIII, y nos pongamos en el lugar de un puñado de hombres que se embarcaban desde niños y que no conocían más familia que la tripulación que convivía con ellos las veinticuatro horas del día. Estos soldados curtidos en mil batallas, de valor ronco forjado a pólvora y sangre, eran enviados a la otra punta del mundo para defender la integridad del decadente Imperio Español. Un Imperio hostigado a diario por corsarios y contrabandistas ingleses, holandeses, y franceses.

Entre 1713 y 1731 se ha contabilizado que estos marinos españoles que ejercían de guardacostas en las Indias, llegaron a capturar a 180 mercantes ingleses dedicados al contrabando. Es fácil presumir la indignación que sufrirían en Londres los jerarcas del comercio marítimo inglés. Y dado que el ladrón cree que todos son de su condición, algún empleado de la “Compañía de los Mares del Sur” llegó a definir a dichos guardacostas españoles como “los más abominables ladrones de la humanidad”.

La situación, complicada de por sí, se enquistó aún más al producirse el encontronazo entre Jenkins y Fandiño. Cuentan las crónicas parlamentarias que el pirata se presentó en la Cámara de los Comunes oreja en mano para contar lo acaecido. Tras la comparecencia del corsario, se escondía una maniobra de la oposición dirigida a derribar al gobierno del Primer Ministro Walpole, que fue sometido a demoledoras presiones. Pese a que el Premier manifestó que la contienda era “injusta y deshonrosa”, al final no dudó en esconder la cabeza declarando la guerra a España.

Y es aquí donde cobra protagonismo uno de los más legendarios guerreros españoles: Blas de Lezo. Apodado “Patapalo” o “Mediohombre”, por sus numerosas heridas de guerra, tuvo su primera actuación heróica en la batalla naval de Velez-Málaga, donde perdió una pierna. Al recuperarse, continuó navegando por el Mediterráneo donde apresó numerosas naves inglesas.

Al ser elevado al empleo de teniente de guardacostas, es enviado al puerto de Rochefort, donde consigue con su valentía e ingenio hacer entrar en pánico a los ingleses que le superaban notablemente en fuerzas y potencia de fuego. Su destreza en los abordajes y en la lucha cuerpo a cuerpo hicieron que sus ascensos fuesen sucediéndose con presteza. A los 25 años estaba tuerto, manco y cojo, pero con más ganas que nunca de continuar con sus difíciles misiones.

En 1734, el Rey lo nombró teniente general de la Armada y fue destinado a Cartagena de Indias como comandante general de la plaza. Fue entonces cuando se produjo el encontronazo entre Jenkins y el capitán Fandiño. Como respuesta, el gobierno inglés envió al almirante Vernon que saqueó sin ninguna dificultad la plaza de Portobelo, en Panamá. El éxito envalentonó al inglés que desafió públicamente a Blas de Lezo, a lo que este contestó con la seca impavidez de un guerrero español: “si hubiera estado yo en Portobelo, no hubiera su Merced insultado impunemente las plazas del Rey mi Señor, porque el ánimo que faltó a los de Portobelo me hubiera sobrado para contener su cobardía”.

Pocas jornadas después, la flota inglesa –la agrupación de barcos de guerra más grande de la historia, después de la que atacó Normandía en la Segunda Guerra Mundial- puso rumbo a Cartagena de Indias con intención de sitiarla. Allí le esperaba el valiente vasco al mando de una reducida guarnición de 3.000 soldados. La plaza parecía perdida de antemano si tenemos en consideración la inferioridad frente a los ingleses que pensaban atacar con un contingente de 23.600 hombres y 2.000 cañones armados en 186 buques de guerra. No obstante Blas de Lezo contaba con su gran capacidad estratégica y su experiencia de 22 batallas. Además, su indoblegable valentía hizo que se consiguiese el milagro aplastando sin compasión a la escuadra invasora. El almirante Vernon, humillado, no tuvo más remedio que retirarse con su maltrecha armada maldiciendo a Lezo en la lejanía. Se le habían quitado las ganas de volver a retar a un español que defendía los intereses de su patria.

Ricardo Botín - A.C.T. Fernando III el Santo

Columna publicada en el "Palencia Siete" el día 29 de enero de 2010 en la página 8.

No hay comentarios: