Palentinos Ilustres; Reina Blanca de Castilla (1188-1252)


Doña Blanca de Castilla y San Luis en un códice medieval
  Fue nieta de la gran Leonor de Aquitania, hija del Rey castellano Alfonso VIII, esposa del monarca francés Luis VIII y madre de San Luis. Durante toda su vida se caracterizó por sus innegables dotes de gobierno y una personalidad a prueba de sediciones, conjuras y revueltas, lo que le permitió pasar a la Historia como modelo destacado de soberana medieval.
  Aquélla que fue llamada por sus coetáneos “la Reina buena y justiciera” nació a principios de 1188 en la ciudad de Palencia. Sus padres, los reyes Alfonso VIII de Castilla y Leonor Plantagenet, tuvieron una extensa prole que llegó a contar 17 hijos, de los que algunos fueron monarcas en los países más influyentes del momento.
  En el caso de Blanca, su destino quiso unirla al destino de Francia. Un acuerdo entre el soberano galo Felipe II Augusto y el monarca inglés Juan sin tierra facilitó el camino para que la infanta castellana contrajera nupcias con Luis, primogénito del Rey francés.
  La encargada de llevar a término este lance entre estados fue Leonor de Aquitania. Ella se encargó personalmente de seleccionar entre sus nietas a la candidata más idónea. La elegida fue Blanca, y juntas viajaron a Francia para cumplir con el matrimonio impuesto.
  Una vez en la corte, la joven se integró con absoluta normalidad en los ambientes palaciegos de su nueva patria. Desde los primeros instantes demostró una lúcida inteligencia que le permitía sondear con claridad meridiana el estado de las cosas en aquella Francia acuciada por difíciles problemas arrastrados desde tiempos atrás. A estos peligros se sumaba la incómoda herejía cátara que se propagaba por los territorios de Languedoc y del Midi, amenazando con ello la estabilidad de un reino muy limitado en sus marcas fronterizas.
  Blanca, esposa del heredero desde el 23 de mayo de 1200, no quiso permanecer en un segundo plano y participó _ tras la mayoría de edad de su marido_ en diferentes cuestiones del Estado, incluidas las guerreras. Así, acompañó a su esposo en las campañas victoriosas contra los ingleses, como en la Batalla de Roche-aux-Moines _librada en 1214_ que supuso para el valeroso Luis VIII el sobrenombre de “El León”. Mientras tanto, doña Blanca iba dando a luz un descendiente tras otro, hasta un total de 11 y, aunque cuidó personalmente la educación de todos ellos, sus desvelos se centraron en la intrusión de su primogénito, el futuro Luis IX.
  En 1223 fallecía Felipe II Augusto, siendo sucedido por su hijo Luis, si bien éste apenas pudo reinar tres años por causa de una inesperada muerte cuando contaba 38 años. Esta situación la dejó viuda y regente de un Reino confuso a expensas de diferentes peligros. Casi de inmediato, los nobles más reaccionarios se sublevaron contra la monarquía al no aceptar una Reina extranjera en su trono. Asimismo, los ingleses aprovecharon la circunstancia para tomar nuevamente posiciones en los territorios galos.
 Ella, lejos de amilanarse, se puso al frente de sus ejércitos y con gran tenacidad consiguió sofocar los núcleos sediciosos mientras sojuzgaba el ánimo de los cátaros, defendidos por el conde Raimundo VII de Tolosa, con quien _ gracias a un acuerdo matrimonial_ pudo resolver el problema planteado desde el sureste francés. Esto facilitó la anexión plena de esas tierras al cada vez más extenso Reino galo.
  Durante estos años, la regente Blanca fue testigo del esplendor del arte gótico. En compañía de su hijo favoreció oportunos mecenazgos que levantaron bellos santuarios, como Sainte-Chapelle, iglesia concebida para albergar las Santas Reliquias traídas de Oriente. También combatió con éxito movimientos religiosos dominados por la histeria, como la Cruzada de los pastorcillos.
  En 1234 casó a su hijo _el futuro Luis IX_ con Margarita de Provenza. Dos años más tarde le entregó el gobierno de la nación, tras cumplir éste la mayoría de edad. Todo hacía ver que ahora sí la vida pública de doña Blanca recibiría un aliviador respiro. Sin embargo, las inquietudes religiosas de su vástago le impulsaron a encabezar una nueva Cruzada contra el Islam, que acabó en un estrepitoso fracaso con la captura del propio monarca. Esto devolvió a la Reina madre a una forzosa primera fila de la política, desde la que siguió administrando buenas dosis de sabiduría y justicia entre sus súbditos.

Escudo de Doña Blanca de Castilla en la Sainte-Chapelle
  El 27 de noviembre de 1252 fallecía, sabiendo que su hijo había sido al fin liberado de su cautiverio. Su entierro se produjo en medio del dolor y el profundo respeto inspirado gracias a su deslumbrante carisma. Actualmente, los franceses la siguen considerando el mejor ejemplo de Reina capaz en un tiempo fundamental para la edificación de su historia como gran potencia europea.                                   

Biografía publicada por Juan Antonio Cebrián en El Mundo Magazine el año 2006

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