Espada Lobera; "Cristino Morrondo Rodríguez, canónigo palentino y carlista en Jaén"

Ex libris del Muy Ilustre Señor D. Cristino Morrondo, sobre una de las primeras páginas de un libro que obró en su biblioteca personal: "El catolicismo en presencia de sus disidentes", escrito por el P. José Ignacio Víctor Eyzaguirre Portales, historiador y Proto-notario apostólico de Pío IX

Ni siquiera a modo de aproximación, merece la pena que reivindiquemos aquí a un palentino tradicionalista que ejerció como Canónigo Lectoral de la S. I. Catedral de Jaén, a caballo de los siglos XIX y XX. Este artículo pretende reunir los datos bio-bibliográficos más destacados que, hasta ahora, estaban dispersos. Esto, no obstante, es un aproche que debería verse ampliado por un estudio más exhaustivo de la figura y obra de este canónigo tradicionalista.

Don Cristino Morrondo Rodríguez nació el 24 de julio de 1864 en Fuentes de Valdepero, comarca de Campos. Sus padres, Marcos y Antonia, se habían casado en 1861, oficiando la ceremonia nupcial D. Alejandro de la Torre, tío de la madre de D. Cristino y catedrático de Teología de la Universidad de Salamanca, lo que explica que Cristino tuviera muy tempranamente  orientación para encauzar su vida por la carrera eclesiástica, pues a los 12 años ingresa en el Seminario Conciliar de Salamanca para ordenarse como presbítero el año 1881 en Salamanca, pero a la vez realiza estudios en la Universidad de Salamanca de Filosofía y Letras. En 1888 es bachiller en Teología y obtiene el título de licenciado el año 1890, ya en Toledo. En 1891 se doctora en Salamanca. Regresó a Palencia como director espiritual y profesor del Centro Politécnico "San Isidoro" que había sido fundado en 1890. En 1893 ganó, por oposición, la Canonjía Lectoral de Jaén. Se trasladó a Andalucía y en Jaén realizaría la mayor parte de su labor sacerdotal, docente y literaria. Fue profesor catedrático de Escritura y Hebreo en el Seminario jiennense, desde 1894 a 1896. En 1896-1897 impartió clases de Oratoria y Patrología y, más tarde, explicó Escritura y Griego Bíblico. Fue Rector del Colegio del Santísimo Sacramento y también Rector del Seminario, del Centro Obrero, de las Doctrinas, del Boletín Eclesiástico, de la Institución de Caridad y director del Apostolado de la Oración y Archicofradía del Sagrado Corazón de Jesús, también dirigió las Conferencias de San Vicente Paúl.

Pero eran tiempos convulsos y D. Cristino sintió la urgencia de intervenir en la prensa escrita no sólo de Jaén, en la que escribió para "El Libertador", "El Combate" y "El Pueblo Católico" (cabeceras del carlismo jaenero), sino que también colaboró para el diario vasco "El Correo Español". En sus lides polemistas conoció a D. Rufino Peinado y Peinado, antiguo oficial carlista que, tras años de batallar en el norte y de exilio en Francia, había regresado a su provincia (D. Rufino había nacido en Castillo de Locubín) y aquí reanudaba la lucha -ahora con la artillería de las rotativas, como otrora había sido con los cañones y el sable. Al frente de "El Libertador" estaban el canónico palentino D. Cristino y el antiguo oficial de D. Carlos VII, D. Rufino, pero duró poco aquel periódico carlista. En abril de 1897 venía a ocupar la Mitra de Jaén D. Victoriano Guisasola y, según nos cuenta D. Rufino, este prelado -que había ascendido a obispo por la fracción liberal alfonsina- quiso, nada más llegar a Jaén, convertir "El libertador" en su periódico oficioso y, según nos cuenta en sus memorias D. Rufino: "Quiso hacer de "El Libertador" su instrumento, pero la presencia en su redacción del canónigo Morrondo, y mi dirección, le daban un tufo de carlismo que no gustaba a Su Ilustrísima. Había, pues, una lucha sorda entre el obispado y nuestro periódico, paralela a la que se desarrollaba entre el Cabildo Catedralicio y el prelado". Las maniobras políticas del obispo alfonsino acabaron con aquel periódico carlista. D. Cristino continuaría escribiendo en otros medios, como la revista "La Semana Católica", ya en los años 20, publicando sus escritos más interesantes. También se granjeó fama como orador sagrado, como en 1908, cuando el centenario de la Guerra de la Independencia, al pronunciar la Oración Fúnebre por "los mártires de la tradición, de la integridad e independencia de la patria" en la iglesia de San Ildefonso de Jaén, hoy Basílica.

D. Cristino Morrondo Rodríguez falleció el 21 de febrero de 1931 en el número 4 de la c/ del Colegio de la ciudad de Jaén, a consecuencia de una hemorragia cerebral.

Su producción literaria encontró en la Tipografía de EL PUEBLO CATÓLICO de Jaén la mejor de las plataformas. Estas imprentas formaban parte del diario "El Pueblo Católico", dirigido por el escritor tradicionalista de Torredonjimeno, D. Francisco de Paula Ureña Navas, asesinado en Vicálvaro en 1936 junto a su hijo. En esa Tipografía vieron la luz dos de los libros más señeros de D. Cristino: "Catástrofe y renovación (Jesús no viene, Jesús vendrá)" (año 1924) y "El comunismo en acción" (año 1931).

En cuanto a "Catástrofe y renovación", podemos avanzar su índice, cuyos epígrafes son tan elocuentes que nos proporcionarán una ligera idea de la profundidad escatológica de este ensayo. El libro consta de una "Introducción", a la que sigue: “La proximidad de la catástrofe del mundo y el advenimiento de la regeneración universal.” I.- Prólogo a guisa de primer capítulo. II.- Síntesis del sistema. III.- Cómo principiará a desarrollarse la catástrofe. IV.- Las Profecías de San Malaquías. V.- La apostasía de los pueblos cristianos. VI.- ¿Qué es el Anticristo? VII.- ¿Quién destruirá el Anticristo? VIII.- No mueren todos los hombres al volver Jesucristo Juez al mundo. IX.- A la segunda venida de Jesucristo, primero resucitarán los Santos y después de un largo período de años o siglos llegará la resurrección general de los demás muertos. X.- Después que Jesucristo venga al Juicio hay todavía muchos años de vida humana sobre la tierra hasta el fin del mundo. XI.- Judíos y cristianos. Restauración del Estado político en Palestina. XII.- El futuro estado judío. XIII.- El reinado de la paz y de la justicia universal. XIV.- Los anuncios del reino de la paz y la justicia. XV.- Los intérpretes y el templo. Los judíos modernos. XVI.- El reino de los mil años. XVII.- El futuro reino de Cristo en la tierra. XVIII.- La congregación de Israel en Palestina después de la segunda venida del Señor. XIX.- El diabolismo en los tiempos modernos. XX.- Principios de interpretación en los que se fundamenta el sistema. XXI.- Abusos de interpretación con que se le impugna. El símbolo de la Fe, origen del sistema, los defensores. XXII.- Las señales de la segunda venida de Jesucristo. XXIII.- España ante la proximidad de la catástrofe. XXIV.- La apostasía en acción; la gran batalla. XXV.- ¿Jesús viene o Jesús vendrá? + APÉNDICE con: 1.- Las profecías de San Malaquías. 2.- La apostasía y los vaticinios. 3.- El Anticristo. 4.- Cristo dará muerte al Anticristo. 5.- No todos morirán a la segunda venida de Jesucristo. 6.- Después de la llegada del Juez hay tiempo y viadores en la tierra. 7.- La profanación de Jerusalén. 8.- Los símbolos de la Fe. 9.- Las dos resurrecciones. 10.- El sistema judío. 11.- Ni judíos ni israelitas han vuelto a Palestina según la promesa. 12.- El nuevo cielo y la nueva tierra. 13.- La paz universal. 14.- El diabolismo. 15.- Datos para las tribus. 16.- Los principios hermenéuticos. 17.- Otros autores milenarios. 18.- Postulado por la causa de los hebreos. 19.- La mujer. 20.- Terremotos. 21.- Los Parlamentos europeos. 22.- La masonería contemporánea.

BIBLIOGRAFÍA:

Morrondo Rodríguez, Cristino, "Catástrofe y renovación (Jesús no viene, Jesús vendrá)", Tipográficas El Pueblo Católico, Jaén, año 1924.

Morrondo Rodríguez, Cristino, "El comunismo en acción", Tipográficas El Pueblo Católico, Jaén, año 1931.

Barreda Marcos, Pedro-Miguel, "Hijos ilustres de Fuentes de Valdepero: Don Cristino Morrondo", en HORIZONTES, Revista Informativa publicada por la Asociación de Amigos del Castillo y Monumentos de Fuentes de Valdepero, nº 13, Agosto 2007.

Moré Aguirre, David, "Apuntes para un árbol genealógico, a propósito de Cristino Morrondo", en HORIZONTES, Revista Informativa publicada por la Asociación de Amigos del Castillo y Monumentos de Fuentes de Valdepero, nº 14, Julio 2008.

Álvarez de Morales y Ruiz, Rafael, "Recuerdos de un carlista andaluz (Un cruzado de la Causa)" (memorias de D. Rufino Peinado y Peinado, recogidas por su sobrino), publicadas por el Instituto de Historia de Andalucía, Córdoba, 1982.


Manuel Fernández Espinosa
Colaborador A.C.T. Fernando III el Santo
* Manuel Fernández Espinosa (Torredonjimeno, Jaén, 1971) es licenciado en Filosofía y Ciencias de la Educación por Salamanca, diplomado en Ciencias Religiosas por la Pontificia de Comillas y caballero de la Orden de Ballesteros y Caballeros de la Vera Cruz de Fernando III el Santo de Santa Elena.

Comunicado respecto a la orden de retirada de las placas del Ministerio de la Vivienda en el callejero palentino



Desde la A.C.T. Fernando III el Santo mostramos nuestra repulsa e indignación ante las cartas enviadas recientemente por el Ayuntamiento de Palencia a los propietarios de edificios y presidentes de comunidades de vecinos, instando a la retirada -¡por ellos mismos!- de las placas que en los edificios de la capital palentina mantienen el símbolo del Ministerio de la Vivienda, vigente aun cuando fueron promovidos y beneficiados dichos edificios con ayudas públicas estatales. No entendemos, al igual que numerosos palentinos que se han acercado hasta nosotros quejándose de la petición del Ayuntamiento, que dichas placas supongan ninguna exaltación del periodo histórico denominado como “franquismo”. Este nuevo acto de despotismo político, se une a la ignominiosa retirada de calles dedicadas a personalidades tan significativos para Palencia como puedan ser por ejemplo: Obispo Manuel González, Ricardo Cortes o Abilio Calderón; llegándose al despropósito de calificar como “franquista” la calle dedicada a Santa María de la Cabeza, quien también contaba con un reconocimiento en nuestra ciudad. Entendemos por tanto, que calificar tanto a las placas del Ministerio de la Vivienda, como a las personalidades anteriormente citadas, como “franquistas”, sobrepasa con mucho la Ley de Memoria Histórica vigente.

Entendemos que el Partido Popular ha tenido el tiempo suficiente para derogar -como anunció en su programa electoral de 2011-, o cuanto menos reformar de manera proporcionada, la Ley de Memoria Histórica aprobada por el Gobierno del socialista José Luis Rodríguez Zapatero. Por el contrario, y entendiendo que en el caso de Palencia muchas de las placas retiradas exceden lo estipulado en la Ley, no nos queda más que corroborar que es el propio Partido Popular quien está propiciando con su inacción estas ejecuciones políticas de corte revanchista, que pretenden borrar, cual talibanes, parte de la Historia de nuestra nación. Si se continúa por este camino, suponemos que lo próximo será derribar las construcciones erigidas durante dicho periodo, así como negar a sus poseedores los títulos académicos y distinciones públicas recibidas. Lo dicho, un sin sentido que recuerda lo ocurrido en nuestra ciudad durante el lamentable Sexenio Revolucionario, tiempo en el cual –entre otras muchas barbaridades- se derribó la muralla de la ciudad, aludiendo a su presunto carácter reaccionario y anti-progresista.

Creemos que la Ley de Memoria Histórica, -sin entrar a valorar en profundidad su marcado carácter ideológico- es un peligroso foco de discordia entre españoles, que en su mayor parte nada tuvieron que ver con ese momento histórico; y que no es menos cierto, que la reciente petición del Ayuntamiento, puede crear innecesarios conflictos y desavenencias entre vecinos. Desde nuestra Asociación, instamos a aquellos vecinos que así lo consideren, a ponerse en contacto con nosotros antes de retirar las placas, para así ser informados de diferentes gabinetes jurídicos que les informarán de sus derechos de forma altruista.

Entendiendo que nos encontramos ante un grave momento de ideologización y deformación de la Historia, y aceptando que el asunto que denunciamos pueda ser controvertido; aprovechamos para recordar que la A.C.T. Fernando III el Santo es un colectivo que actúa siempre con absoluta libertad, sin rendir vasallaje a ningún partido político, ni ideología concreta. Nuestro propósito es estrictamente la defensa y difusión de la fe, cultura y unidad propias de nuestra tierra, arropados por la lealtad a los principios de la tradición católica.

Comunicado respecto a la Festividad de la Comunidad Autónoma de Castilla y León (el día de la marmota del año 2018)



Otro 23 de abril nos llega, otra jornada reivindicativa del forzado sentimiento castellano-leonesista en la Campa de Villalar. Quien vea imágenes en los medios de comunicación, pues pocos serán los que hasta allí se acerquen, observarán el terrorífico esperpento -que en los últimos años financia alegremente la Junta de Castilla y León por medio de la controvertida Fundación Villalar – que plagado de banderas anarquistas, republicanas, izquierdistas radicales y aberrantes pendones nacionalistas se ofrece a la vista. Y entre medias, rodeados de efectivos policiales y periodistas, también verán paseando con forzado gesto satisfactorio, a los políticos castellano-leoneses más representativos del momento. 

Vaticinamos que estos, volverán a declarar -cual día de la marmota- lo injusto que fue el rey Carlos con Castilla tras la revuelta comunera; pero omitirán todos y cada uno de ellos una vez más -también cual día de la marmota- las responsabilidades en la desamortización cultural, económica y espiritual que padece Castilla desde hace ya demasiado tiempo. Eso sí, cada cual intentará vender su “bálsamo de fierabrás” con el que nos asegurarán, si votamos a sus siglas,  poder hacer frente a problemas apremiantes e innegables, como por ejemplo la gravísima despoblación y el alarmante envejecimiento que sufre nuestra tierra.
  
Entendemos que es más que discutible, que un territorio político como es la Comunidad Autónoma de Castilla y León, pueda utilizar como símbolo festivo-reivindicativo un hecho histórico que no representa en absoluto el espíritu de dicha realidad política. Por supuesto, este planteamiento es ampliable al resto de Comunidades Autónomas, que por mucho que se pretendan vender como históricas y diferenciadas, son igualmente hijas del Régimen del 78, y por tanto, tampoco tienen derecho a apropiarse de forma descontextualizada (cuando no manipulada) de hechos ocurridos en épocas diferentes y régimenes políticos basados en principios morales antónimos a los actuales. 

Dejando claro que políticamente nada tiene que ver la actual Comunidad Autónoma de Castilla y León, ni con el Reino de Castilla, ni con la Corona de Castilla; entendemos que en justicia la fecha apropiada para la Festividad de la Comunidad Autónoma de Castilla y León -si es que ha de tener una festividad, que también es discutible- ha de ser alguna que sea referencial para con la Historia de la propia Comunidad Autónoma. 

Por lo tanto, y con respecto a la Festividad de la Comunidad Autónoma de Castilla y León, desde la A.C.T. Fernando III el Santo queremos recordar algunos datos históricos y políticos que entendemos deben ser conocidos:

- La Guerra de las Comunidades de Castilla, fue un levantamiento armado alentado por parte de la nobleza, el clero y la burguesía frente al Rey -que lo era en nombre de su madre la reina Juana I- en el S.XVI; como reacción a los errores y desafueros cometidos por el propio Carlos I -mal aconsejado por sus ministros flamencos- durante su primera época como soberano de la Corona de Castilla. Es importante recordar que la Corona de Castilla conformaba un ámbito político que aglutinaba el territorio ocupado por once de las actuales Comunidades Autónomas; y que de hecho, buena parte del levantamiento comunero sucedió en provincias que no forman parte de la actual Comunidad Autónoma de Castilla y León.

- Sin entrar por nuestra parte a valorar quien tenía razón en dicho levantamiento; sí queremos dejar claro que el actual relato mitificado corresponde a la manipulación histórica, que de los hechos sucedidos llevaron a cabo a partir del siglo XVIII las logias masónicas que en Castilla se fueron desarrollando. Estas mismas logias fueron las que pervirtieron el propio pendón castellano sustituyendo el tradicional rojo carmesí, por el color morado, que a la postre acabó figurando en la masónica bandera de la Segunda República Española.

- Recordamos que a partir de los años setenta del siglo pasado, grupos anarquistas, nacionalistas y de extrema izquierda comienzan a reunirse en Villalar de los Comuneros siguiendo los postulados anteriormente referidos. Esta circunstancia, añadida a la tradicional falta de ética histórica de nuestros regidores políticos contemporáneos, acabó siendo decisiva para que nos impusiesen finalmente a todos los castellanos y leoneses, una festividad manipulada y que fomenta la desunión.

- Concluimos aventurando que un año más, la mayoría de los "castellano-leoneses" volverán a manifestar su desinterés por esta jornada, a pesar del dinero y propaganda invertido por el gobierno regional. Y es que, como venimos diciendo hace tiempo; carece de sentido y legitimidad, el intento de otorgar identidad a un territorio político por medio de una festividad colocada con la finalidad de agradar a grupos minoritarios, y que a la postre ha subyugado las festividades tradicionales, como en el caso que nos ocupa son las de San Millán y Santiago.


Breves notas sobre el carlismo palentino (Coronel José Grajal Ruiz)

Coronel José Grajal Ruiz y sus hijos José María y Florentino Grajal Ataz en 1874 (Fundación Sancho el Sabio de Vitoria)

Uno de los aspectos que configuran la esencia del Carlismo, quizás el más olvidado e incluso despreciado, ha sido siempre el de sus hombres, el de sus defensores, de los que apenas se sabe nada, pues solamente unas decenas han merecido la atención de los historiadores. Por eso nos vamos a permitir transcribir unas líneas que hablan de esos héroes olvidados y porque así nos interesa ahora, de los castellanos[1]. Uno de ellos, Francisco Hernando, escribía que eran las únicas tropas,

“(…) que verdaderamente combatían por amor a la causa, sin ningún espíritu de provincialismo, las que por defenderla habían abandonado más completamente casa, hogar y familia eran los batallones castellanos, que tanta gloria adquirieron en el ejército del Norte.
Verdaderos voluntarios, los castellanos vinieron a campaña desde que hubo carlistas en armas. La bandera de la Religión y de la Monarquía estaba desplegada, y los hijos de Castilla, católicos y monárquicos, iban a buscarla, lo mismo a las montañas de Guipúzcoa que a las de Cataluña. Y a dar su sangre por defenderla donde quiera que hiciesen falta sus generosos sacrificios.
Abnegación, desinterés, entusiasmo, valor, sobriedad y subordinación han hecho siempre de los hijos de Castilla los mejores soldados del mundo, y estas cualidades llevadas a un grado heroico, hicieron de los voluntarios castellanos los mejores soldados carlistas”[2].

Bien, pues uno de esos hombres es nuestro protagonista. Lamentablemente de él, como de la mayoría de los jefes carlistas, apenas nos han quedado más que unas breves notas desperdigadas por los libros de historia y en los periódicos de la época. Incluso la referencia más extensa que se le dedicó, lo fue indirecta, puesto que fueron unas líneas de homenaje que se tributaba a su hijo. Escribía el periodista palentino Pantaleón Gómez Casado en la necrológica de José María, fallecido el 24 de julio anterior:

“Estudiaba Derecho en Valladolid en 1872, cuando el alzamiento de su padre, D. José, jefe de la provincia, a cuyas órdenes había ya prestado servicios, le hizo abandonar la carrera, y tan pronto como pudo su casón y su madre, incorporándose como alférez al regimiento de Caballería del Cid, que al autor de sus días había organizado y mandaba como coronel, teniendo ya al lado también a su otro hijo D. Florentino. En él hizo toda la campaña, y con esto está dicho todo, porque en toda estuvo. ¡Lacar y Lorca!... ¡Treviño!... ¡Memorias sagradas!... ¡Páginas de oro!... Dios en sus altísimos juicios, no quiso la restauración para la regeneración de la Patria, y tras de Pamplona y Cirauqui, los castellanos rompían sus armas en el puente de Arnegui, como D. José su espada de capitán, su padre su faja de general y su hermano la suya, y siguiendo a su Rey eran internados en la Rochela…”[3].

Coronel, organizador y jefe del regimiento de caballería del Cid, brigadier al final de la tercera guerra, tras la que marchó al exilio con sus dos hijos. Datos comprimidos en apenas una línea y que, sin embargo, nos indican, muy claramente, que estamos ante un hombre al que la historia debe hacer un merecido hueco. Y seremos nosotros, aprovechando esta oportunidad, quienes intentemos rellenar ese vacío. Siendo el primer dato que podemos aportar sobre José Grajal es, que en los listados del Convenio de Vergara aparece como revalidado de alférez de caballería con fecha de 6 octubre de 1844[4], aunque su efectividad llevase fecha 15 de ese mismo mes. Hecho que nos permitía deducir que su expediente debía obrar en el Archivo General Militar de Segovia. Y consultado éste, ya nos podemos permitir copiar su partida de bautismo:

“En la Iglesia Parroquial de San Pedro de esta villa de Cisneros, el día diecinueve del mes de Marzo de este año de mil ochocientos quince Yo Don Manuel Cuetos, Presbítero Beneficiado de esta Iglesia de licencia de Don Antonio de Toledo Cura propio de ella, bauticé solemnemente a un niño que nació el día quince de dicho mes; es hijo legítimo de Santiago Grajal y Petra Ruiz feligreses de esta Iglesia; nieto por línea paterna de Manuel de Grajal y Catalina Sancho Correa; y por la materna nieto de José Ruiz y María Nieva, todos vecinos de esta villa, púsole por nombre José y por su abogado a San Longinos, fueron sus padrinos Don Julián Pulgar y Doña Petra Rodríguez, túvole en la pila solo el Padrino a quien advertí el parentesco espiritual y a Padrino y Madrina la obligación de enseñarle la doctrina Cristiana y en prueba de ellos lo firmo como dicho Sr. Cura. Antonio de Toledo”[5].

Y gracias a la documentación presentada tras el Convenio de Vergara para poder revalidar sus empleos, grados y condecoraciones, podemos saber que era estudiante en el colegio de Medicina y Cirugía de Madrid en 1836 y que, aprovechando la finalización de aquel curso, desde Palencia se dirigió a unirse a los carlistas, lo que hizo el día 20 de agosto de aquel año y según hemos de deducir en las filas de Epifanio Carrión. Por tanto, debemos suponer que le acompañó en la expedición que dirigiría el mariscal Miguel Gómez y probablemente en la que mandó Juan Antonio Zaratiegui, siendo indiscutible, como decíamos de Carrión, su participación en la expedición que condujo Ignacio de Negri. Recordemos por ello que, siguiendo a Merino, aquellos hombres se separarían del conde en la madrugada del día 20 de marzo, en Quintanas de Hormiguera, para luego disociarse del cura de Villoviado a primeros de abril en Quintanar de la Sierra y regresar a la montaña palentina. Sería en esta época cuando se distinguiría especialmente nuestro actual protagonista. Copiaremos para demostrarlo el siguiente documento presentado, como anotábamos, tras el Convenio de Vergara:

“Por cuanto Vos Don José Grajal, Alférez de Caballería, os distinguisteis en la gloriosa acción del veinte de Junio dada en los campos de Salazar de Amaya, batiendo vigorosamente a los rebeldes que armados sostenían la usurpación de Mi trono, he venido en nombraros Caballero de la Real y Militar Orden de San Fernando de primera clase; por tanto, mando al Comandante general bajo cuyas órdenes servís que os ponga la Insignia de dicha Real Orden con arreglo al Reglamento de la misma y se os hagan los honores correspondientes como tal Caballero de ella poniendo al dorso de ésta mi Real escudo conforme a dicho Reglamento y la nota de haberlo efectuado. Dado en el Real palacio de Azcoitia a dieciocho de Diciembre de mil ochocientos treinta y ocho. Yo el Rey”[1].  

Lógicamente, buscamos en la Gaceta de Madrid algún relato sobre aquel combate que, hemos de deducir, fue victorioso para los carlistas y del que apenas teníamos noticia, tan solo una escueta referencia en la obra de Pirala que ya mencionamos en nuestra reseña de Carrión. No lo encontramos. Pero hay que entender natural que en el órgano oficial del Gobierno cristino se ocultasen o disimulasen sus derrotas. Acudimos a la prensa y por fin, en el Eco del Comercio, por supuesto en su última página, pudimos leer: “Un corresponsal de un periódico de esta corte dice desde Burgos con fecha 21: Se ha dicho hoy que el coronel don Benito Losada ha sido batido por Villoldo en las inmediaciones de Carrión de los Condes, cuyo cabecilla parece que lleva 300 caballos y 1000 infantes[2]. También en la última página de su siguiente número, encontramos una reseña algo más completa. Informaba:

“El Boletín militar de Valladolid, número 128 del día 23 del corriente confirma por desgracia la noticia que dimos ayer, refiriéndonos a un corresponsal de Burgos, de haber sido batida la columna del coronel Losada por los rebeldes facciosos al mando de Villoldo. Parece que este encuentro tuvo lugar a las inmediaciones de Herrera, y aunque no consta por el parte dado a la capitanía general de Castilla la Vieja la pérdida que hallamos sufrido, se dice después de la inserción del mismo haberse sabido que el número de prisioneros es el de 36. = No sabemos aun los que habrán muerto ni el estado en que habrá quedado el resto de la fuerza, que con el referido Losada parece se halla en Aguilar. = El comandante general se hallaba en Palencia esperando algunas fuerzas de infantería para emprender la persecución contra la expresada facción. Nunca debió prometerse ésta haber dado semejante golpe a nuestras armas; pero sin saber por qué han llegado a un número, según noticias, que no hubiera debido contar si hubiese sido acosada y perseguida con tanta actividad como era necesario. = Sobre el mismo desgraciado suceso dicen de Carrión con fecha 22: <>”[3].

Parece que no cabe duda de que uno de los especialmente distinguidos en aquella victoria fue José Grajal, a quien se le otorgó la Cruz de San Fernando de 1ª clase. Y volviendo a su expediente militar nos encontramos con otra acción destacada, ésta ya conocida, y que le valdría su ascenso a alférez. Fue posterior a la anteriormente reseñada, pero su recompensa anterior, por lo que es lógico que en la concesión de la Cruz de San Fernando ya apareciese como tal alférez de caballería.  Rezaba aquel documento:

“Por cuanto en consideración al mérito y servicios de Don José Grajal Alférez accidental del Escuadrón Franco de la Derecha de Castilla a las órdenes del Comandante Don Epifanio Carrión e venido en considerarle la efectividad de dicho empleo por la captura de Carande y su columna, en la sorpresa del diecisiete de Septiembre echa en el pueblo de Sahagún de Campos con la antigüedad del día que se le dio conocimiento de tal Alférez. Por tanto mando al Capitán general o Comandante general a quien tocare de la orden conveniente para que el expresado Don José Grajal se ponga en provisión del mencionado empleo efectivo, guardándole y haciéndole guardar las preminencias y exenciones que le tocan y deben ser guardadas; y que el Intendente a quien perteneciera dé asimismo la orden necesaria para que se tome razón de este Real despacho en la Contaduría principal y en ella se formare asiento con el sueldo que le correspondiere según el último reglamento del cual a de gozar desde el día del (ilegible) del Capitán o Comandante general, según constase en la primera revista. Dado en el Real palacio de Balmaseda a once de Noviembre de mil ochocientos treinta y ocho. Yo el Rey”[1].

Debemos recordar, por tanto, que el comandante de Carabineros de la Real Hacienda de Palencia, Manuel Carande, había sido sorprendido y derrotado por Epifanio Carrión en la noche del día 17 de septiembre en Sahagún, siendo apresado, como explicábamos en nuestra reseña sobre Carrión, no solo el comandante Carande, sino también el destacamento de carabineros y la compañía de urbanos que le acompañaba[2]. Luego se dirigirían a las Provincias reunidos a Merino que regresaba al Norte después de haber combatido a las órdenes de Cabrera en la defensa de Morella. También debemos de imaginarlo inmerso, sin querer, en la disputa sostenida entre Rafael Maroto y Juan Manuel de Balmaseda, en la que se vio involucrado el propio D. Carlos, precisamente por quien debía ostentar el mando de aquella caballería que tantas victorias estaba obteniendo en los campos de Castilla. Pero el final de la guerra estaba ya muy próximo y aquellos hombres ya no podrían añadir más laureles a su brillante hoja de servicios.

Acogido al Convenio de Vergara, con fecha 21 de abril de 1840 se le concedió licencia ilimitada para Palencia. Luego vendría la batalla legal para que se le reconociesen empleos, grados y condecoraciones, lo que como ya ha quedado constancia no consiguió hasta el mes de octubre de 1844. El 29 de enero de 1846 fue destinado en situación de “reemplazo” al regimiento de caballería de Sagunto con cuartel en Zaragoza, lo que motivo que dirigiese una instancia, fechada en Palencia el día 14 de febrero de ese año, solicitando se le dispensase de dicho servicio por tener que atender a su “anciana y decrepita Madre, que no cuenta con más consuelo ni auxilio en su vejez que su hijo”. Petición que se atendió, volviendo con fecha 21 de marzo a su anterior situación. En tal se encontraba cuando se le concedió el grado de teniente de caballería con antigüedad de día 10 de octubre. Un año después, concretamente el día 15 de octubre de 1847, fue destinado en clase de “supernumerario” al regimiento de Santiago con cuartel en Barcelona. Pero tampoco se incorporaría a su nuevo destino. Existe en su expediente una nueva instancia que lo explica. Había sido preso, acusado de conspiración “en sentido montemolinista” el día 26 de julio, pasando a Valladolid donde pasaría cuatro meses en prisión incomunicada. Después se le permitiría regresar a Palencia a esperar el resultado de su proceso. Sobreseída su causa, con fecha 16 de julio de 1848, se le autorizaría para incorporarse a su destino en Barcelona. Tampoco lo haría. En una nueva instancia, ahora de 26 de julio, aduciendo las mismas razones sobre la situación de su madre, solicitaría la licencia absoluta, a lo que se accedió el 17 de agosto de ese año, concediéndole el “retiro con uso de uniforme”.

No nos ha sido posible saber nada sobre su actividad política posterior, en que conspiraciones pudo estar complicado, pero sí podemos deducir que sería en la década de los años cincuenta de aquel siglo, cuando falleciese su madre y él contrajese matrimonio con Vicenta Ataz. De lo que no puede haber duda es de que estuvo implicado en las conspiraciones de 1860, que tendrían su momento culminante en el desembarco de San Carlos de la Rápita, pues sabemos que estuvo preso e incomunicado en la cárcel de El Saladero o de la Villa, sita en la madrileña plaza de Santa Bárbara por aquellos hechos, siendo uno de los beneficiados por la amnistía dada durante el gobierno de Leopoldo O’Donnell tras las renuncias firmadas en Tortosa por D. Carlos VI[3]. Para el relato de los hechos 
posteriores entendemos que antes debemos hacer un poco de historia. Tras la “Revolución de Septiembre” que obligó a Isabel II a abandonar España para exiliarse en Francia, D. Carlos, nieto del primero de los reyes tradicionalistas de España, se dirigió a París, donde el 3 de octubre de 1868 su padre (Juan III) abdicó en su favor, pudiendo así empezar los trabajos de reorganización de los suyos, encargando la formación de una primera estructura militar a Hermenegildo Díaz de Cevallos al que ascendió a teniente general. En dicha organización sería designado comandante general de la provincia de Palencia y segundo comandante general de la capitanía de Valladolid, el coronel José Grajal Ruiz[1], lo que implica que nunca se había apartado de su organización. Tras el entronamiento de Amadeo de Saboya (16 de noviembre de 1870) y muchas dificultades e intentos abortados se fijó la fecha del alzamiento general para el día en que daba comienzo la primavera de 1872. Rápidamente los campos y montes de Navarra, Guipúzcoa, Vizcaya, Álava, Palencia, Burgos, León, etc., comenzaron a poblarse de carlistas. Pero el desastre de Oroquieta (4 de mayo) y el Convenio de Amorebieta (24 de mayo) dieron al traste con aquel levantamiento. No descansaron aquellos hombres, de hecho, en Cataluña continuaría la guerra, y se afanaron por reorganizar a los suyos fijando la fecha para su continuación en el 20 de diciembre de 1872. Nuevamente las tierras del norte de Castilla volvieron a ser testigos de los esfuerzos de aquellos abnegados héroes, había empezado, mejor dicho, entraba en su apogeo, la tercera guerra carlista. Escribía Francisco Hernando:

“Al principio los castellanos, que venían aisladamente o por pequeños grupos a tomar las armas, peleaban con quien se las daba, y vivían confundidos con las fuerzas de las demás provincias. Ya en Marzo Lizárraga [Antonio] organizó con ellos una compañía de guías de Castilla, compuesta casi toda de riojanos[2], pero en la que había también andaluces y valencianos. Otros se alistaron en los batallones navarros; muchos de Burgos pasaron a Vizcaya, y una partida levantada en Palencia, fuerte de unas dos compañías, mandada por el coronel Díaz Ibáñez [Juan][3] y el teniente coronel Penagos [Pedro], pasó el Ebro y se incorporó al 3º de Álava con unos cuantos caballos”[4].

Aquella compañía de guías de Castilla que, como recordaba Francisco Hernando, se batió con heroísmo en la batalla de Eraul el 5 de mayo de 1873, muriendo a su cabeza el coronel burgalés Dionisio Fernández-Arciniega. Tras aquella demostración de valor fueron enviados, bajo el mando del capitán riojano Juan Pérez Nájera, a Vizcaya, para ponerse a las órdenes de su comandante general Gerardo Martínez de Velasco. El entonces jefe de estado mayor de aquella división, Carlos Costa, con ellos y los burgaleses que había llevado al señorío el procurador Antonio Bruyel Uribe, organizaría el 1º de Castilla “Cazadores del Cid”, que tuvo de primer jefe y teniente coronel precisamente a Bruyel, siendo su comandante y 2º jefe, Eusebio Conde Letamendia. Batallón que se batiría por primera vez en el combate de Montejurra el 7 de noviembre de 1873. En junio, en Arrigorriaga, se empezaría a formar el 2º de Castilla “Cazadores de Arlanzón”, al que se dio por jefe a Telesforo Sánchez Naranjo, completándose su oficialidad con algunos de los estudiantes que se formaban en la academia establecida en Orozco. Acuartelado en Elorrio, no entraría en combate hasta primeros de 1874 en la línea de Somorrostro. Sucedió por entonces un hecho crucial en la historia que narramos, la misión encomendada por Martínez de Velasco a su primer jefe de estado mayor, Alejandro Argüelles, en el mes de marzo de 1873. La compra de armas en el extranjero. Argüelles se trasladaría a Francia donde se combinaría con Tirso de Olazábal, comprando en una subasta en París el día 21 de abril una importante cantidad de fusiles y munición. El cargamento se embarcó en el navío Queen of the seas, llevándose a Inglaterra donde lo recibió Olazábal, que dispuso su transporte al Deerhound, declarándose entonces como su nuevo destino Alejandría. A pesar de los intentos de los republicanos (Amadeo había renunciado el 11 de febrero de 1873) para impedir su llegada a España, el alijo fue desembarcado durante la noche del 13 al 14 de julio en la playa de Oguella frente a Ispáster, a poco más de 4 km de Lequeitio. Melchor Ferrer asegura que fueron “9.250 fusiles y poco menos de un millón novecientos mil cartuchos[5]. En cualquier caso, Martínez de Velasco pudo completar en el armamento de los primeros seis batallones de la división de Vizcaya y obtener la primera victoria de importancia de las armas carlista en Vizcaya en aquella guerra, en Lamíndao el día 20 de julio, viéndose los republicanos obligados a evacuar Marquina, Durango, Ondárroa y Bermeo, no quedando más guarniciones en el señorío que Portugalete y Bilbao y sus fuertes. Paralelamente, el halagüeño devenir de la guerra, el continuo flujo de castellanos a aquellas tierras deseando combatir, a los que se podían sumar los que combatían desde hacía meses en las comarcas fronterizas, sin demasiado éxito, convenció a Antonio Dorregaray y Dominguera, general en jefe del ejército vasco-navarro de la necesidad de seguir formando batallones castellanos, dando para ello la orden de que todos los voluntarios que llegasen fuesen reuniéndose en Orduña, designando también un comandante general de Castilla, que lo fue el general Manuel Salvador y Palacios. Allí se organizaría el 3º de Castilla “Cazadores de Burgos”, que tuvo como primer jefe al teniente coronel Alejandro Atienza Díez de quien era segundo el comandante burgalés León Sáez Manero, y que inicialmente sería enviado a Guipúzcoa (septiembre de 1873) para formar en la línea de San Sebastián, también el 4º de Castilla “Cazadores de Palencia” y el 5º “Cruzados de Castilla”, que se refundirían en uno, el 4º de Castilla y denominado “Cruzados de Castilla”, que tendría como primer jefe al teniente coronel José Manuel Gómez Solana, de quien tendremos ocasión de hablar más adelante, reorganizándose posteriormente el de “Cazadores de Palencia” como 5º de Castilla, siendo su primer comandante Leoncio González de Granda. También se organizarían dos batallones cántabros (coronel José Navarrete), uno riojano (brigadier Eustaquio Llorente), uno asturiano (coronel Ángel Rosas) y uno aragonés (brigadier León Martínez Fortún). Asimismo, en Orduña, se organizaría la caballería castellana en un regimiento que se denominaría del Cid, “Cruzados de Castilla”, cuyo primer jefe, como sabemos, sería nuestro protagonista. Pero que había sido de él hasta entonces.


Parece o al menos no existe información alguna que nos diga lo contrario, que no llegó a salir al campo en la fase inicial de aquella guerra, coincidente con la primavera de 1872. Sí en la siguiente. Intentaremos por ello ordenar cronológicamente las informaciones que hemos podido conseguir. La primera es de un periódico madrileño e informaba:

“Una carta de Palencia dice que son cinco las partidas carlistas de aquella provincia: una mandada por Hierro, otra por Rodríguez Penagos, otra por Grajal, por Navarro otra, y otra por Pedro, el peón caminero de Magaz”[1].

La siguiente apareció en el mismo periódico contando:

“En la provincia de Palencia han aparecido en la noche del 30, dos pequeñas partidas carlistas: la una, mandada por el cabecilla Grajal y Hierro, penetró ayer en la Población de Campos y villa de Frómista, llevándose algunos caballos, dirigiéndose después a Carrión de los Condes…”[2].

En realidad, Francisco Hierro combatía desde finales de enero de 1873, según Melchor Ferrer como comandante general de la provincia de Palencia, lo que solamente puede ser cierto si lo era de forma interina y precisamente hasta la salida de nuestro protagonista. Pero, contradicciones aparte, estas primeras noticias que hemos recogido parecen demostrar que lo hizo en el mes de abril, reuniéndosele entonces Hierro. Pudiendo seguir nuestra relación de noticias sobre él, con las aparecidas en esta misma publicación pues, aunque no fue la única en donde se recogieron, en todas se contaban más o menos de la misma forma, incluida la Gaceta de Madrid. Narraba la siguiente:

“Ayer tarde fue batida la facción Grajal y Hierro dispersándose hacia San Quirce y otros pueblos inmediatos, cogiéndola dos caballos y seis escopetas”[3]

Que, en realidad y como advertíamos, repetía la información publicada en la Gaceta de Madrid de ese mismo día[4]. Lo que nos da una idea de la connivencia entre todos aquellas publicaciones y por tanto la falta de una información fiable. En el número siguiente de la publicación oficial se concretaba el lugar del encuentro y se aumentaban ligeramente las ventajas obtenidas por los republicanos, aunque tampoco es difícil advertir que se omitían el número de bajas de unos y otros, por lo que debemos pensar que no las hubo o el balance no fue favorable a los supuestos vencedores. Decía:

“Ayer tarde, a las seis, fue batida entre Aguilas y Guasco la facción de Grajal y Hierro, cogiéndola tres caballos y ocho a 10 armas”[5].

Vaya precisión. ¿Ayer tarde?, ¿ya fuese día 19 o 20? y ¿entre Aguilas y Guasco?, ¿existen esas poblaciones en Palencia? Nosotros no las conocemos. Veamos algunas informaciones más. Volvamos al periódico madrileño antes citado. En el mismo número ya citado, en información aparte, aseguraban:

“La partida carlista de Grajal y Hierro se ha dirigido hacia Salazar Amaya (provincia de Burgos)”[6].

Habremos de deducir entonces que aquella partida después de aquella teórica escaramuza se dirigió a San Quirce de Riopisuerga y Salazar de Amaya, lo que no lleva a pensar que el encuentro, si lo hubo, debió tener lugar en las cercanías de Alar del Rey. Pero es que además y también en el mismo número del citado periódico, en otro suelto, se informaba:

“La partida de Hierro, compuesta de unos cuarenta caballos, estuvo ayer en Alar todo el día e inutilizó los aparatos del telégrafo”[1].

En el Diario de Córdoba, se ampliaba algo más aquella noticia:

“El comandante militar de Palencia dice en telegrama de ayer que la facción Hierro y Grajal, de 40 hombres montados, se ha presentado a las siete de esta mañana en la estación de Alar, quemando la correspondencia oficial y los periódicos liberales…”[2]

En otro diario, en este caso impreso en Mahón, repetían la misma noticia, añadiendo en otros sueltos:

“(…) se sabe de un modo positivo que el cabecilla Hierro se ha levantado en Palencia con una partida que se dice ser de 40 caballos, y que debe ser de más importancia porque ha entrado en Alar…”.

 “Ayer salió de Valladolid con dirección a Palencia una fuerza de 400 hombres de infantería y caballería a las órdenes del capitán general, a fin de evitar el incremento de la facción en aquella provincia…”[3]

Como es fácil de comprobar muchas contradicciones e inexactitudes. Trataremos de aclararlas. En el boletín palentino, no solo se confirmaba aquel pronunciamiento, sino la identidad de los principales componentes de la partida y parte de sus movimientos hasta entonces. Señalaba el edicto del fiscal militar de la plaza de Palencia:

“Usando de las facultades que me conceden las ordenanzas del Ejército, por el presente, cito, llamo y emplazo por primer edicto y pregón a D. José Grajal, vecino de Palencia, Francisco Hierro, Mariano Hierro, sobrino del anterior, Gregorio Fernández (a) el faccioso, Claudio Benaite, Antonio San Millán (a) el Moreno, Anastasio Val, Francisco Quirce Román vecino de Piña de Campos (Palencia), Eleuterio Matanza, de la misma vecindad, Victoriano Martín García, vecino de Amusco (Palencia), Mariano Ruiz Revuelta; y a todos los individuos que formaron parte de la partida carlista que al mando de los expresados cabecillas Grajal y Hierro, penetraron en los pueblos de Revenga, Población de Campos, Villasirga, San Mamés, y Arconada, el día primero de mayo último y siguientes, robando varias caballos de los citados pueblos, y tres mil cuatrocientos reales de Alar del Rey, destruyendo los aparatos del telégrafo de la estación de ferrocarril y otros excesos; para que dentro del término de treinta días a contar desde esta fecha, se presenten en esta fiscalía, sita en la calle Mayor, núm. 79, a responder de los cargos que resultan contra los mismos en causa que se les sigue por rebelión en sentido carlista; apercibidos que si no compareciesen dentro del término señalado, se seguirá la causa y le parará el perjuicio que haya lugar.= Dado en Palencia a veinticuatro de Agosto de mil ochocientos setenta y tres. Manuel Martín Turrión”[4].

Estaba claro que no era nada más que una formalidad judicial para que el proceso pudiera seguir adelante, que tuvo su segunda parte en un nuevo llamamiento[5]. Analicemos sus movimientos. Según el edicto hemos de pensar que las partidas levantadas por José Grajal y Francisco Hierro, debieron reunirse a finales del mes de abril de 1873, recordemos la carta enviada desde Palencia publicada el día 19 de ese mes. Su primera acción, su entrada y dándole un orden lógico en su recorrido, en Frómista, Población de Campos, Revenga de Campos, Arconada, Villalcázar de Sirga y San Mamés de Campos el día 1 de mayo y siguientes, tengamos para ello presente la noticia publicada el día 2 de mayo. Luego, hemos de reseñar su entrada en Alar del Rey, unos 50 km al norte. Acción que, haciendo caso a las informaciones publicadas el día 20, tuvo que tener lugar en la mañana del día 19 de mayo. Combatieron realmente a la salida de Alar contra algún destacamento republicano. Creemos que no, pues ya en la Gaceta de Madrid publicada ese día 19, se hablaba de haber sido batida el día anterior, lo que hubiese hecho imposible su entrada en Alar. Más lógico parece suponer que sencillamente después de haber entrada en la citada villa palentina, con un buen botín en caballos y dinero tras sus correrías de aquel mes, decidieron pasar a la provincia de Burgos, lo que parece confirmar su dirección hacia Salazar de Amaya.

La inexistencia de dicha acción también está confirmada por las noticias pues reseñaban que la reacción de los jefes republicanos fue posterior, tras tener conocimiento de su entrada en Alar y la destrucción del telégrafo. Analicemos ahora, aunque sea muy sucintamente la composición de la partida, a la que sabemos que también se había unido Francisco Sánchez “Quico” de Cubillo de Ebro[1]. Lo primero que debemos anotar, es que todos los hombres cuyos nombres aparecen en la lista y que conocemos, fueron oficiales del regimiento de caballería del Cid “Cruzados de Castilla”: el propio José Grajal, Francisco Hierro y su sobrino Mariano, Claudio Beneito, etc., y lo segundo que la mayoría eran palentinos y burgaleses, lo lógico sabiendo la procedencia de sus jefes. ¿Pero, cuando se dirigieron a Orduña?

La siguiente noticia aparecida sobre aquella partida, embrión del regimiento del Cid, en realidad era para informar que nada se sabía de ellos[2]. Pero la posterior, demostraba que se habían dirigido hacia el oeste, pues informaba que, a finales de mayo, unidos a la partida alavesa de Cecilio Valluerca, se habían enfrentado al 2º batallón del regimiento de infantería núm. 29 o de la “Constitución” en las cercanías de la Puebla de Arganzón, en el condado de Treviño[3]. Luego debieron regresar o amagar su regreso a la provincia de Palencia, pues recogía la prensa que “El capitán general de Valladolid ha salido con 200 caballos y cuatro compañías de infantería a colocar algunos destacamentos con que asegurar el paso de la vía e impedir que Grajal y los Hierros anden merodeando por el distrito como parece que pretendían[4]. Después desaparecen de los periódicos, habremos de pensar que fue entonces cuando se dirigieron a Orduña. Y que una vez organizados allí los dos primeros escuadrones de aquel regimiento recibió su mando Grajal es incuestionable y está recogido en varias fuentes carlistas. Por citar una, reseñaremos lo que escribía el padre Apalategui:

“Orduña… Fue, en verdad, la capital carlista castellana… Aún enseñan en Orduña la casa en que estuvo establecida la Diputación de Castilla, presidida por abogado burgalés Sr. Albarellos [Eugenio]… La entrada solemne carlista fue por <>. Destruida. Calle de Sta. Clara (hoy del Colegio) … Allí se formaron los batallones castellanos… Caballería. <>. T.C. D. José Grajal, de Palencia, de la 1ª guerra…”[5].

Y aunque incardinados ya en aquella estructura, sus primeras misiones debieron parecerse mucho a su anterior vida guerrillera, constantes incursiones en busca de hombres, caballos y fondos, aunque ahora el ámbito de sus correrías estuviese predeterminado y por las pocas informaciones que tenemos, suponemos que inicialmente hacia las comarcas cantábricas más orientales. Una noticia de noviembre les sitúa cabalgando al sur de Santoña[6]. Pero hemos de prestar especial atención a la primera batalla en la que ya como tal regimiento intervendrían, primero por eso y segundo por ser un encuentro de importancia y muy poco conocido. Tendría lugar a principios de 1874. Contaba Antonio Brea:

“D. Fernando Fernández de Velasco, Diputado a Cortes que había sido en las de Dª Isabel II, hombre de gran influencia en la provincia de Santander, Presidente de la Junta de Guerra de Cantabria, tan celoso de su deber que aunque el cargo que ejercía era exclusivamente administrativo, rara vez se separó de la División de Cantabria, tomando con ella parte activa y personal en gloriosas funciones de guerra, propuso un bien combinado plan para tomar a Santander, idea que vino a coincidir con el propósito, que hacia tiempo ya abrigada el General Elío [Joaquín], de destruir el ferrocarril que unía dicha capital con otros notables puntos del teatro de operaciones, siendo como artería principalísima, por medio de la cual el enemigo podía acumular en momentos dados considerables refuerzos sobre los carlistas.
Dicidióse, pues, realizar lo propuesto por Fernández de Velasco, y encargóse de la operación al General D. Torcuato Mendiry y al entonces Comandante General de Castilla, D. Santiago Lirio, con siete batallones, dos cañones de Montaña y unos trescientos caballos, formando dos columna, una a las órdenes del primero de dichos jefes, compuesta de los batallones 3º y 5º de Navarra y 1º y 3º de Álava, la Sección de Artillería y el Escuadrón del Príncipe, y la otra columna mandada por Lirio, y formada por los batallones 3º y 4º de Castilla, el de Cantabria, los guías y tres escuadrones, dos de la División de Castilla y otro de la de Cantabria.
La columna de Lirio debía cortar la línea ferra en Reinosa, y la de Mendiry debía dirigirse rápidamente a Ramales y Santander, y entrar en este punto batiendo su escasa guarnición, llevando como persona influyente en el país, al Presidente de la Junta de Cantabria, Fernández de Velasco.

Ambas columnas rompieron la marcha en cumplimiento de su importante misión. Lirio entró aquella noche en Espinosa, después de un reñido combate con la columna de Medina de Pomar, a la que rechazó…”[1].

Interrumpimos aquí el relato del general Brea, para dedicar, como anunciábamos, unas líneas al combate que citaba y que tuvo lugar en los campos de Villasante el día 16 de enero de 1874, al que asistió como se podrá comprobar nuestro protagonista al frente de la caballería castellana. Y como nuestras principales fuentes tienen que ser necesariamente republicanas, siempre bastante tendenciosas, lo primero que debemos dejar anotado es que la columna mandada por el burgalés Santiago Lirio no podía sobrepasar en mucho los 1500 infantes y dudamos que llegase a los 250 caballos, pues recordemos que estaba integrada por tres batallones, que nunca excedieron los 500 hombres cada uno, más una compañía de Guías y tres escuadrones que solían reunir unos 80 caballos cada uno. También podemos identificar a sus jefes. El 3er batallón de Castilla “Cazadores de Burgos” le creemos dirigido en aquellos momentos por el teniente coronel Alejandro Atienza Díez, de Villalón de Campos; el 4º de Castilla “Cruzados de Castilla”, le sabemos mandado por el teniente coronel José Manuel Gómez Solana, de Espinosa de los Monteros, y el de Cantabria por el teniente coronel José Navarrete Serrano, murciano. La caballería castellana por nuestro protagonista y la cántabra por el comandante José Díaz Crespo, siendo 2º jefe de la brigada o tal vez, jefe de estado mayor el coronel Domingo Tomás Zaratiegui, navarro[2]. El periodista y novelista burgalés Eduardo Ontañón publicaría en la revista estampa un artículo en el que conversaba con uno de los protagonistas de aquel choque, con Gómez Solana, quien narraba así lo acontecido o al menos así lo escribió Ontañón:

“Acababa de ser nombrado Comandante general de Castilla el general Lirio, que después de hacerse cargo de las fuerzas de Castilla, emprendió el viaje a la provincia de Santander, pernoctando en Bercedo. El comandante Solana, que mandaba el cuarto Batallón de Castilla, pernoctaba en Agüera. En El Haya de Mena [entendemos Laya de Mena, es decir, Leciñana], el coronel Navarrete, con las fuerzas de Cantabria. Ese día [16], el comandante Solana fue a Bercedo a recibir órdenes del general Lirio, cuando en aquel momento se recibieron confidencias de que la columna enemiga que estaba en Medina de Pomar se dirigía, y estaba ya muy próxima a Villasante. Desconociendo el general Lirio las fuerzas que la columna pudiera tener, preguntó al comandante Solana de qué número se componía, respondiéndole éste que aproximadamente serían unos seiscientos de Infantería, con un escuadrón de Caballería, y que, desde luego, creía que podría atacársela. El general Lirio, desde este momento, mandó un ayudante a que las fuerzas de Cantabria subieran inmediatamente, dando órdenes al comandante Solana para que tomara posiciones a la izquierda de nuestro flanco, porque la columna enemiga había rebasado el pueblo de Villasante e inmediatamente roto el fuego. El comandante Solana, a toda prisa, ocupó el flanco izquierdo contestando al enemigo. Cuando las fuerzas de Cantabria dieron vista a Villasante, el comandante Solana inició el ataque a la bayoneta a las guerrillas enemigas que querían ocupar la peña de Losa. Al repliegue del enemigo, un escuadrón de las fuerzas de Cantabria cargó contra el enemigo, haciéndole rebasar del pueblo de Villasante por la carretera. Un escuadrón enemigo ocupaba las afueras y cargó sobre el escuadrón de Cantabria, hiriendo al capitán gravemente con catorce heridas y a varios voluntarios. En la carga, el comandante Solana hizo catorce prisioneros, retirándose el enemigo a la desbandada; unos en dirección a Villalázara y otros hacia El Rivero, quedando la columna liberal completamente destrozada y refugiándose en los otros pueblos del partido de Villarcayo. Las fuerzas carlistas, con el Comandante general Lirio, vinieron a pernoctar en Espinosa de los Monteros, prescindiendo de perseguir al enemigo, porque el objetivo principal era ir a Reinosa, Las Caldas y Torrelavega, como se verificó al día siguiente”[3].

Hemos de suponer, por lo que se cuenta en estas líneas, que la columna de Lirio debió salir de Balmaseda en la mañana del día 15, pues desde su punto de partida hasta los escogidos para pernoctar hay unas seis horas de camino. Pero centrémonos ahora en la versión de los republicanos, que se repitió en casi todos los periódicos de la época, recogiendo la noticia enviada desde Medina de Pomar que narraba:

“La acción librada en el día de ayer 16 en los campos de Villasante, es, por más de un concepto importante para las armas liberales. En las primeras de la mañana salió de Medina de Pomar la columna que lleva el mismo nombre con cuatro compañías de Guadalajara, 60 voluntarios de Nouvilas [Ramón] y guardias de la República y 50 caballos de Albuera, dispuesta a encontrar a las facciones reunidas de Zariategui [error en el apellido que se hizo habitual], Solana, Grajol [Grajal], y otros cabecillas con un total de 1500 hombres y 100 caballos, todos bajo el mando del titulado general don Santiago Lirio.

Llegada nuestra pequeña columna a Villasante, distante tres leguas de Medina de Pomar, las guerrillas divisaron al enemigo y rompieron el fuego avanzado; inmediatamente se reforzó la vanguardia, y poco después el combate se había generalizado; a pesar de la tenaz resistencia, a las cuatro horas próximamente de fuego con repetidas cargas a la bayoneta, todas las posiciones estaban ocupadas por la tropa, y los carlistas en completa dispersión; eran perseguidos por nuestros valientes soldados por las alturas de la Peña de Villasante, Bercedo, Agüera, San Pelayo y camino de Espinosa.
Después de alcanzada tan extraordinaria victoria, se tocó llamada para reunir las tropas en el monte de Villasante, y cuando desfilaban para aquel pueblo, apareció por encima de Bercedo el cabecilla Navarrete con 2000 infantes y 300 caballos, a la vez que muchos dispersos poblaban las alturas alentados sin duda por el toque de llamada a las tropas y porque esperaban el poderoso refuerzo que les traía Navarrete.
Quedaba una hora de día, y como el jefe de la columna tenía prometido formalmente regresar a Medina de Pomar, cuya custodia le está especialmente encomendada, siguió tranquila y ordenadamente su marcha con las precauciones necesarias para rechazar cualquiera agresión de Navarrete, y que era de esperar porque tenía que imaginarse que la tropa se retiraba por su venida; así sucedió, pues al rebasar a Villasante se presentó toda su caballería amenazando cargar; pero una compañía de Guadalajara apoyada por la caballería de Albuera, los rechazó con tal bizarría que retrocedieron precipitadamente, dejando en el campo un coronel, un capitán, dos oficiales, un cadete, varios soldados muertos y otro oficial prisionero.
A estas perdidas hay que aumentar las que sufrió la fuerza de Lirio en el reñido ataque que sostuvo y que, en junto, según datos verídicos recogidos hasta hoy, componen un total de un coronel, un capitán, seis subalternos y doce soldados muertos vistos en el campo, ignorándose aún los que habrán dejado en el terreno que no se reconoció, y el número de heridos, que debe ser de mucha consideración, a juzgar por el de muertos”[1].

No parece que pueda haber muchas dudas de que la versión republicana es sencillamente mentira. Si como hemos dicho, el total de hombres que mandaba Lirio sumaba unos 1500 hombres y unos 250 caballos, es imposible que tras finalizar el encuentro o su primera fase apareciese en el campo Navarrete, como sabemos jefe del batallón de Cantabria al frente de otros 2000 infantes y 300 caballos. Ontañón, en su artículo, también incluía una entrevista a un testigo de los hechos, Ramón Rueda médico de Villasante, joven de quince años cuando el combate, quien contaba que la acción empezó sobre las once de la mañana y que:

“En Villasante y los pueblos de alrededor, Bercedo, Quintanilla Sopeña, Noceco, estaban los carlistas. Al sur, de El Crucero a El Rivero, los liberales…Los carlistas subieron a la peña, perseguidos por un escuadrón de Albuera. Pero se presentó Navarrete en la peña de Bercedo y se hicieron fuertes… Luego bajaron a las huertas y formaron el cuadro…”.

Es decir, cuando los republicanos llegaron a Villasante solamente pudieron encontrar al destacamento que había pernoctado allí y que ante la carga de la caballería enemiga tuvo que replegarse hacia la peña de Bercedo situada a su derecha. Pensemos que, entre los diferentes grupos de carlistas, en los que parece ser que se habían dividido por los pueblos del lugar para descansar, había hasta unos 4 km de distancia y que la misión de Solana debió ser ir reuniendo allí, en la peña de Bercedo, a todos los que fuesen acudiendo y resistir a la espera de que llegase el grueso de sus tropas de infantería y caballería. Una vez reunidas aquellas fuerzas, parece evidente que pasaron al contrataque y los republicanos sencillamente se retiraron. Conocemos incluso el número de bajas carlistas, cinco. Contaba Ramón Rueda que había visto sus cadáveres en la ermita de San Roque. El de mayor graduación Julián Cañedo y Sierra, capitán y conde de Agüera. Pero como sabemos y narraba el coronel Solana, los carlistas tenían una misión de mayor alcance que perseguir a la columna republicaba que huía. Lamentablemente, la toma de Santander, que tan importante hubiera sido en el devenir de la guerra, no llego a realizarse por la descoordinación de las columnas de Lirio y Mendiry. La caballería castellana volvería entonces a su labor habitual, continuas incursiones en las comarcas cántabras que delimitan los ríos Agüera y Asón y en las burgalesas de los valles de Losa y Mena, en busca de pertrechos, caballos y nuevos reclutas, aparte de labores de flanqueo y apoyo en los movimientos de las columnas de la división de Castilla. Luego, vendría su intervención en las grandes batallas que narraba la necrológica de su hijo José María.

La primera, la de Lácar. De ella, para no hacer excesivamente extensa esta reseña, solamente diremos que el día 3 de febrero de 1875, la división alfonsina[2] mandada por el general Ramón Fajardo Izquierdo, integrada por las
brigadas dirigidas por Fernando Martínez Viérgol y Enrique Bargés y Pombo, acampadas en los pueblos de Lácar y Lorca, fueron sorprendidas y deshechos los batallones de los regimientos de Asturias (José Gregory) y Valencia (Manuel Delgado) que acampaban en Lácar, sobre donde se dirigió el ataque principal de los carlistas, huyendo los regimiento de Gerona (Alejandro Vicario) y León (José Vidal). El ejército carlista fue dirigido por el propio D. Carlos con Torcuato Mendiry y Corera, ejecutando el ataque sobre Lácar doce batallones de infantería, divididos en cuatro columnas mandadas por los brigadieres José Pérula de la Parra, Cecilio Sáenz de Valluerca García y Francisco Cavero y Álvarez de Toledo y el coronel Celedonio Iturralde Armentia; la caballería integrada por los regimientos del Rey, Cruzados de Castilla y escuadrón de Guardias, fue encabezada por Juan Nepomuceno de Orbe y Mariaca, marqués de Valdespina. Francisco Cavero que mandaba los castellanos merecería el título de marqués de Lácar y el marqués de Valdespina el ascenso a teniente general y creemos que nuestro protagonista su faja de brigadier[1]. Éxito al que también colaboró el general Ramón Argonz Urzainqui que mandaba las fuerzas de reserva que consiguieron impedir que los atacados pudiesen ser auxiliados[2].

De la segunda, Treviño, para los carlistas Zumelzu, debemos anotar que no fue una victoria de las armas carlistas, pero fue tal su comportamiento ante un enemigo superior que ha pasado a la historia como una de sus grandes gestas. Su origen inmediato fue el deseo del nuevo jefe alfonsino del Norte, teniente general Genaro Quesada y Mathews de romper la línea carlista que asfixiaba la ciudad de Vitoria. Para ello reunió todas las tropas que pudo aprestar, veinticuatro batallones, siete escuadrones, más tres compañías ingenieros y voluntarios y numerosa artillería, llevando a sus órdenes a los generales José María Loma y Argüelles y Juan Tello Miralles, atacando a los hombres de D. Carlos el día 7 de julio de 1875. Mandaba a los carlistas José Pérula que tenía como jefe de estado mayor al brigadier José Pérez de Guzmán y Herrera, reuniendo dieciséis batallones dirigidos por los brigadieres Simón Montoya y Ortigosa, Cecilio Sáenz de Valluerca y Carlos Calderón y Vasco, seis escuadrones, entre ellos todo el regimiento de Castilla, mandados por Esteban Barrasa Marcos y las baterías de Montaña manejadas por Alejandro Reyero y Luis Ibarra y la sección del sistema Plasencia de Alberto Saavedra. Los alfonsinos conseguirían romper la línea carlista, pero hemos de anotar que durante todo el combate se sucedieron actos de valor temerario, siendo destacables entre ellos los del teniente coronel Rodrigo de Medina, comandante del 4º de Castilla, que sería ascendido a coronel. Las bajas carlistas fueron un jefe, nueve oficiales y cincuenta y dos voluntarios muertos y tres jefes, dieciocho oficiales y doscientos cuarenta y cinco individuos de tropa heridos y contusos[3].  Y para que quede constancia de que no negamos el valor de los alfonsinos, debemos recordar a su coronel de caballería Juan Contreras Martínez que se cubrió de gloria en aquel combate.     

Pero no debemos prolongar más este relato. Lo dicho hasta ahora creemos que es suficiente para homenajear a José Grajal, quien, con sus hijos, como nos informaba la reseña necrológica tantas veces citada, pasaron a Francia por el puente de Arnegui (Navarra), permaneciendo en el destierro hasta el 20 de febrero de 1877, cuando se permitiría regresar a los que se habían exiliado tras aquella guerra, incluso también a los que habían sido deportados[4]. Imaginamos su vida posterior dedicada al cuidado de su hacienda, pero nunca desdiciéndose de sus creencias, como demuestra la destacada trayectoria política posterior de su hijo José María. Apuntaremos también que hemos obtenido en el registro civil de Palencia su acta de defunción acaecida en la capital palentina a las dos de la mañana del día 21 de diciembre de 1890 por un paro cardiaco. Vivía entonces con su esposa Vicenta en la calle Mayor Antigua núm. 154,

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[1] Aquí el concepto “castellano” se refiere a todos aquellos que no eran vasco-navarros.
[2] Francisco HERNANDO EIZAGUIRRE: La Campaña Carlista (1872 a1876). Jouby y Roger. París, 1877 (pp. 114 a 115).
[3] Pantaleón GÓMEZ CASADO: Necrológica de José María Grajal Ataz (El Correo Español núm. 9.809, miércoles 4 de agosto de 1920).
[4] Archivo General Militar de Madrid. Listados del Convenio de Vergara, carpeta 45, p. 60.
[5] Archivo General Militar de Segovia. Expediente personal de José Grajal Ruiz.
[6] Ibíd.
[7] Eco del Comercio núm. 1517 (martes, 26 de junio de 1838).
[8] Eco del comercio núm. 1518 (miércoles, 27 de junio de 1838).
[9] Archivo General Militar de Segovia. Expediente personal de José Grajal Ruiz.
[10] Eco del Comercio núm. 1609 (miércoles, 26 de septiembre de 1838), núm. 1612 (sábado, 29 de septiembre de 1838) y núm. 1613 (domingo, 30 de septiembre de 1838).
[11] La Iberia núm. 1774 (jueves, 3 de mayo de 1860).
[13] Fueron llevados hasta allí por el brigadier riojano Eustaquio Llorente, nombrado comandante general de La Rioja.
[14] Era comisario regio en la provincia.
[15] Francisco HERNANDO: óp. cit., p. 115.
[16] Melchor FERRER DALMAU: óp. cit., tomo XXV, p. 34.
[17] La Correspondencia de España núm. 5620 (sábado, 19 de abril de 1873).
[18] La Correspondencia de España núm. 5632 (viernes, 2 de mayo de 1873).
[19] La Correspondencia de España núm. 5649 (lunes, 19 de mayo de 1873).
[20] Gaceta de Madrid núm. 139 (lunes, 19 de mayo de 1873).
[21] Gaceta de Madrid núm. 140 (martes, 20 de mayo de 1873).
[22] La Correspondencia de España núm. 5649 (lunes, 19 de mayo de 1873).
[23] Ibíd.
[24] Diario de Córdoba núm. 6825 (martes, 20 de mayo de 1873).
[25] El Bien Público núm. 66 (miércoles, 21 de mayo de 1873).
[26] Boletín Oficial de la Provincia de Palencia núm. 30 (lunes, 8 de septiembre de 1873).
[27] Boletín oficial de la Provincia de Palencia núm. 34 (miércoles, 17 de septiembre de 1873).
[28] Boletín Oficial de la Provincia de Santander núm. 287 (jueves, 13 de junio de 1873).
[29] La Correspondencia de España núm. 5655 (domingo 25 de mayo de 1873).
[30] La Correspondencia de España núm. 5662 (domingo, 1 de junio de 1873).
[31] La Correspondencia de España núm. 5665 (miércoles, 4 de junio de 1873).
[32] Francisco APALATEGUI IGARZABAL: Relatos de guerra de carlista y liberales (2 vols.). Diputación Foral de Guipúzcoa. San Sebastián, 2005 (tomo I, p. 403)
[33] La Correspondencia de España núm. 5827 (jueves, 13 de noviembre de 1873).
[34] Antonio BREA Y GONZÁLEZ-BAYÓN: Campaña del Norte. De 1873 a 1876. Biblioteca Popular Carlista. Barcelona, 1897 (pp. 126 a 127).
[35] También sabemos que era hermano menor de Juan Antonio Zaratiegui y Celigüeta.
[36] Eduardo ONTAÑÓN LEVANTINI: “Un pueblo de la guerra carlista” en revista estampa núm. 104 (martes, 7 de enero de 1930)
[37] El Bien Público núm. 276 (sábado, 31 de enero de 1874).
[38] El 29 de diciembre de 1874 se produjo la restauración monárquica tras el pronunciamiento del general Arsenio Martínez-Campos Antón en Sagunto, siendo proclamado rey Alfonso hijo de Isabel II en enero de 1875.
[39] Puede consultarse el despacho de Mendiry sobre la acción en Antonio BREA: óp. cit., p. 265 a 267.
[40] Ver su despacho en Antonio BREA: óp. cit., pp. 268 a 270.
[41] Los detalles de la batalla en Antonio BREA: óp. cit., pp. 334 a 342.
[42] Gaceta de Madrid nº 52 (miércoles, 21 de febrero de 1877).

José Antonio Gallego
Funcionario de Carrera, Historiador carlista y colaborador de la A.C.T. Fernando III el Santo